Resentimiento, una vez más
El concepto de resentimiento, de la mano de la creciente presencia del resentimiento mismo, ha vuelto a ocupar un lugar importante en la reflexión moral y política. Vale la pena, entonces, detenerse en él.
- 27 diciembre, 2023
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Gargolas de la Lonja de la Seda de Valencia
En los últimos dos siglos, el fenómeno del resentimiento ha llamado una y otra vez la atención de sociólogos, moralistas y filósofos. A fines del siglo XIX y comienzos del XX dos observadores críticos de la cultura tan lúcidos y agudos como Friedrich Nietzsche y Max Scheler creyeron poder otorgar a esta innoble pasión un papel protagónico a la hora de explicar el comportamiento de individuos y comunidades, también desde una perspectiva histórica, que, al menos en el caso de Nietzsche, pretende remontarse hasta los orígenes mismos de la civilización occidental cristiana. Esto último puede resultar sorprendente, si se tiene en cuenta que la noción misma de resentimiento no hace su aparición sino hasta tiempos mucho más recientes y reconoce, además, un origen claramente localizado, que le confiere un carácter, en cierto modo, idiosincrático. Como quiera que sea, lo cierto es que, una vez aparecida, la noción no sólo tuvo una rápida expansión, sino que ha probado ser capaz de recuperar protagonismo, cuando, por momentos, parecía eclipsada. Precisamente, estamos ahora ante un nuevo retorno: en los últimos tiempos, la noción de resentimiento, de la mano del fenómeno que ella pretende designar, ha vuelto a ocupar un lugar destacado en la reflexión sobre la moral, la sociedad y la política. Vale la pena, pues, detenerse en el asunto e intentar precisar, en alguna medida, el alcance de la noción y, sobre esa base, ofrecer un panorama conciso de la discusión a la que ha dado lugar1.
1. El origen francés y la primera recepción alemana
El término “resentimiento” tiene su origen en la lengua francesa. No posee correspondencia exacta en otras lenguas europeas importantes, como el inglés y el alemán, lo que explica que haya sido introducido en ellas inicialmente como un galicismo propio del lenguaje culto, que posteriormente se incorporó también al uso habitual del lenguaje. Desde este punto de vista, se trata de una historia exitosa de expansión que trasciende fronteras, en particular, en dirección de Alemania. En efecto, como se verá más abajo, fue en el pensamiento alemán de fines del siglo XIX y comienzo del XX donde el término quedó elevado al rango de una categoría central para el análisis crítico de la moral, la sociedad y la cultura.
Ahora bien, en francés, el término ressentiment es un sustantivo deverbativo, que aparece atestiguado desde el siglo XVI. Procede del verbo ressentir, que originalmente posee una significación intensiva, pero no necesariamente negativa, sino más bien neutral, desde el punto de vista evaluativo: connota solamente la modalidad del “sentir”, haciendo énfasis en su carácter intenso y persistente.2 Esto vale también para el sustantivo derivado del verbo, que Molière (1622-1673), por ejemplo, emplea para referir tanto a un sentimiento duradero de afecto y gratitud,3 como también al sentimiento negativo que deriva de una injuria recibida.4 En cualquier caso, el uso de connotación negativa se hizo prevalente, tal como lo muestra el empleo por parte de autores como Théophile de Viau (1590-1626), Pierre Corneille (1606-1684) y Honoré de Balzac (1799-1850): enfatizan, cada uno a su modo, la mayor persistencia de los sentimientos negativos y dolorosos, que alientan el deseo de venganza, frente a la fugacidad de los sentimientos de plenitud y felicidad.5
Se ha sugerido a veces que el nexo que da cuenta de la primera recepción alemana del término ressentiment se encuentra en la obra de Michel de Montaigne (1533-1592), en particular, sus famosos Essais (1580-1588). Por cierto, Montaigne fue quien, con toda probabilidad, introdujo el término por primera vez en la literatura francesa, y lo emplea tanto en sentido meramente intensivo como en sentido negativo, en conexión con el deseo de venganza frente a una ofensa recibida.6 Lo que explicaría el ingreso del término en la lengua culta y filosófica alemana sería, pues, la admiración declarada de Nietzsche (1844-1900) por Montaigne, a quien en la tercera de sus Consideraciones intempestivas, de 1874, lo compara nada menos que con Schopenhauer, por su sinceridad y su alegría, e incluso se atreve a ponerlo un poco por encima.7 Según esta interpretación, el uso extensivo que Nietzsche hace de la noción de resentimiento en su escrito de 1887 sobre La genealogía de la moral vendría motivado, pues, por su recepción positiva de Montaigne. Sin embargo, el propio Nietzsche no remite expresamente a Montaigne en su tratamiento del resentimiento. Además, tampoco fue el primero en emplear el galicismo Ressentiment, que en alemán pasa a escribirse, como todo sustantivo, con mayúscula. En efecto, el término ya había sido empleado más de veinte años antes por el jurista, filósofo, economista y matemático berlinés Karl Eugen Dühring (1883-1921), en una obra de 1865 sobre el valor de la vida, que Nietzsche leyó críticamente. En la argumentación de Dühring el resentimiento aparece siempre conectado con la noción de “venganza” (Rache), entendida, a su vez, como una forma de “satisfacción trascendente”.8 Dühring, a quien críticos como Theodor Herzl (1860-1904) consideran el verdadero fundador del antisemitismo racista, es severamente repudiado por el propio Nietzsche en su escrito de 1887. Lo tilda nada menos que de “apóstol berlinés de la venganza”, que hace “el uso más indecente y repugnante del alboroto moral”, y que incluso sus camaradas antisemitas tienen por el primer “fanfarrón moral”.9 Por cierto, entre el henchido moralismo racista de Dühring y el alegre escepticismo epicúreo de Montaigne, Nietzsche se sitúa abiertamente del lado del segundo. Pero ello no impide, desde luego, que él mismo haya podido reparar en la íntima conexión entre resentimiento y sed de venganza, tan importante para su propia concepción, con ocasión de la lectura crítica de Dühring.
Como quiera que sea, parece indiscutible que es Nietzsche quien otorga verdadera carta de ciudadanía al término Ressentiment en el pensamiento alemán de fines del siglo XIX y comienzos del XX. En efecto, su revolucionario análisis del papel del resentimiento en la genealogía de la moral desafía las bases mismas del sentido común de la época e incita a una reflexión renovada, que ya no puede evitar hacerse cargo de tal desafío.
2. Un contrapunto alemán a tres voces: Nietzsche, Voigtländer, Scheler
Como nadie ignora, las dos grandes voces en la discusión alemana en torno al resentimiento, entre fines del siglo XIX y comienzos del XX, han sido las de Nietzsche y Scheler. Hasta no hace mucho tiempo se asumía, sin más, que la posición de Scheler debe leerse como una réplica a Nietzsche, al recoger aspectos centrales de la posición elaborada por este último. Siendo esto cierto en lo esencial, no permite reconocer adecuadamente, de no mediar otras aclaraciones, el papel mediador que cumple una tercera voz, menos sonora, sin duda, pero no por ello poco importante. Esa tercera voz, que quedó eclipsada por demasiado tiempo y ahora está siendo rescatada del olvido, pertenece a Else Voigtländer. En lo que sigue presentaré, a modo de contraste principal, las posiciones de Nietzsche y Scheler, pero incluiré también un intermedio dedicado a la contribución de Voigtländer.
2.1 Nietzsche: resentimiento y moral de esclavos
En su Genealogía de la moral Nietzsche elabora una interpretación histórico-genética del origen de los conceptos morales básicos, en la cual asigna al resentimiento un papel explicativo protagónico.10 Nietzsche vinculó el resentimiento con la “moral de esclavos”, cuya encarnación histórica se encuentra en el judeocristianismo. Cuando el resentimiento se vuelve creativo, explica Nietzsche, comienza la “rebelión de los esclavos” en el campo de la moral. Ella busca imponer valores nuevos, pero, al mismo tiempo, vive de lo mismo que niega, pues posee un carácter puramente reactivo. Frente al “sí” triunfante propio de toda moral aristocrática, la gesta creativa de la rebelión servil se agota en un mero “no”: el “no” del populacho, convertido en rebaño, frente a todo lo señorial y superior, frente a todo lo que es libre y revela nobleza. En virtud de esta radical “transvaloración de los valores”, lo que triunfa es la moral del hombre común, y lo que queda destronado es la moral de los señores, que Nietzsche identifica con el ideal guerrero y aristocrático de la sociedad arcaica. Tal como Nietzsche lo presenta en Así habló Zaratustra, el “credo” de esta moral señorial no hace sino dar expresión a la autoafirmación de la vida: “apto para la guerra el uno, apta para el parto la otra, pero ambos aptos para la danza con la cabeza y las piernas”, reza su divisa.11
Así pues, lo que se revela en esta oposición irreconciliable entre la moral de los señores y la moral de esclavos es en último término el conflicto entre dos pulsiones cuasi-instintivas que operan en el trasfondo: una “sana”, que reafirma y potencia la vida, y una “enfermiza”, que la niega y la debilita. Esta última adquiere su expresión acabada en el ideal ascético de la vida sacerdotal. Una vida ascética, explica Nietzsche, es una autocontradicción. Lo que se esconde tras la máscara que ella representa no es sino el resentimiento propio de un instinto insatisfecho y de una voluntad de poder que quiere enseñorearse de la vida misma, hasta sus más profundos y poderosos fundamentos: todo ocurre aquí, explica Nietzsche, como si la fuerza de la propia vida se empleara para cegar las fuentes de la que ella misma brota.12 El resentimiento, con su insaciable sed de venganza, es la fuerza impulsora del “triunfo” de lo inferior sobre lo superior. Un triunfo vano, que alberga en sí el germen de su propia destrucción: el nihilismo negador de la vida. Es lo que ocurre, piensa Nietzsche, con la civilización europea, que logró edificarse sobre el endeble cimiento del cristianismo, refrendado filosóficamente por medio de un innoble maridaje con el racionalismo metafísico de cuño socrático-platónico.
2.2 Voigtländer: autoestima y resentimiento
Else Voigtländer (1882-1946) fue una psicoanalista alemana, nacida en Bad Kreuznach, que desde 1905 estudió psicología y filosofía en Múnich con Theodor Lipps y Alexander Pfänder, lo que explica su acercamiento a la corriente fenomenológica. Fue de las primeras mujeres en obtener en Alemania el doctorado en filosofía. Su tesis doctoral, publicada en 1910, estuvo dedicada al sentimiento de autoestima, que Voigtländer estudió en sus diferentes posibles formas y también en conexión con otros fenómenos emocionales, tales como el amor erótico, el resentimiento y otros sentimientos negativos o bien inauténticos.13 Olvidada por largo tiempo, la aportación de Voigtländer empieza a ser reconocida ahora en su toda importancia, también para el desarrollo de la fenomenología muniquesa. En particular, su diferenciado tratamiento del resentimiento prepara el camino para el influyente análisis elaborado posteriormente por Scheler.14
Siguiendo a Nietzsche, Voigtländer ve en el resentimiento una actitud hostil, de carácter autodestructivo, que trae consigo una degradación de los valores. El resentimiento apunta a reducir los sentimientos displacenteros de inferioridad e impotencia que surgen cuando uno no logra obtener los objetivos que se propone. Para ello, la estrategia adaptativa a la que da lugar el resentimiento consiste en devaluar aquello mismo a lo que se aspiraba, tal como se ilustra, de modo ejemplar, en la famosa fábula de la zorra y las uvas de Esopo. En este sentido, lo que hace particularmente nocivo al resentimiento, desde el punto de vista moral, es el hecho de que acarrea una inversión de valores: lo que inicialmente se valoraba como apreciable pasa luego a ser objeto de repudio y desprecio.
El resentimiento surge, como tal, de un sentimiento negativo de autoestima y quiere ser un intento por transformarlo en uno positivo. Sin embargo, en la medida en que apunta a negar la misma inferioridad, de cuyo reconocimiento él mismo surge, el resentimiento induce necesariamente al autoengaño. En efecto, la elevación de la autoestima a la que da lugar tiene un carácter puramente artificial, postizo: no hace más que relegar al trasfondo la conciencia de inferioridad que le proporciona su propio punto de partida, pero no logra eliminarla ni tampoco mitigarla eficazmente por mucho tiempo. Se trata, pues, de una estrategia que, en último término, resulta siempre fallida. Por ello, el único camino posible para remediar la lacerante tensión interior que el resentimiento produce se halla, piensa Voigtländer, en su genuina superación, la cual sólo puede tener lugar a través del cultivo del amor y la benevolencia.
2.3 Scheler: resentimiento, cristianismo y moral burguesa
La recepción de motivos centrales del análisis nietzscheano del resentimiento que lleva a cabo Voigtländer no responde ella misma a un interés genealógico que apunta a la crítica de la moral. En tal sentido, los motivos tomados de Nietzsche quedan, en el caso de Voigtländer, recontextualizados, al ser insertos en un marco de tratamiento de corte fundamentalmente psicológico, que apunta centralmente al ámbito de la conciencia subjetiva individual. Ciertamente, Voigtländer no deja de lado los aspectos conectados con la cuestión de la sociabilidad, pero no elabora una visión genealógica al estilo nietzscheano, que apunta a dar cuenta nada menos que del desarrollo histórico de la cultura occidental, como un todo. Por su parte, Max Scheler (1874-1928), sin descuidar el aspecto propiamente psicológico,15 concede nuevamente una importancia central a la dimensión sociológica e histórica de la cuestión. En su notable ensayo de 1912 sobre El resentimiento en la edificación de la moral,16 Scheler retoma entonces el análisis nietzscheano, pero se opone a él abiertamente en puntos centrales, sobre todo, en lo que concierne al punto de vista sociológico e histórico.17
Desde el punto de vista fenomenológico, Scheler caracteriza el resentimiento como un sentimiento persistente e incurable de odio y desprecio, cuya raíz se encuentra en diversas formas, igualmente insanables, de impotencia, deficiencia y debilidad, ya sea física, psíquica, social o de otro tipo. El desorden emocional al que da lugar el resentimiento afecta severamente el modo en el cual se enjuicia a otras personas, particularmente, desde el punto de vista moral. La cara oculta del resentimiento, piensa Scheler, son determinados sentimientos de inferioridad y disvalor que afectan negativamente la autocomprensión del sujeto, al modo de lo que llama un “desorden del corazón”. El resentido no puede aceptar que otros encarnen valores más altos. Su modo de reconocer la superioridad moral es, paradójicamente, volverse contra ella, en un intento vano por negarla, que atenta gravemente contra lo que Scheler llama el “orden del corazón”, que no es sino el “ordo amoris” del que hablaba San Agustín.
En la caracterización de Scheler saltan a la vista ciertos motivos que remiten al análisis nietzscheano. Pero la referencia a un “orden del corazón”, que es un orden de amor, apunta al centro de la polémica que Scheler entabla con Nietzsche. Ciertamente, Scheler concede que los valores cristianos pueden ser fácilmente pervertidos en la dirección indicada por Nietzsche. Pero, a la vez, niega con rotundidad que, en su mismo origen, el cristianismo se haya nutrido del humus tóxico del resentimiento. Por el contrario, el giro social y cultural hacia el resentimiento tiene que ver, según Scheler, con el gradual reemplazo, ya a partir del siglo XIII, de la moral cristiana por la moral burguesa, en un proceso que culmina en la Revolución Francesa. A partir de allí, el resentimiento se convierte en un factor social y culturalmente determinante, que conduce a una drástica modificación de la moral establecida. Un ejemplo emblemático de la perversión de los valores cristianos originarios que tiene lugar en la Modernidad burguesa lo encuentra Scheler en la transformación del “amor al prójimo” cristiano, por vía de abstracción universalizante, en una suerte de “amor general por la humanidad”, que, en último término, sólo sirve de coartada para dar expresión a la aversión contra el círculo más cercano y familiar de la propia comunidad de pertenencia, a la cual ya no se le reconoce su valor intrínseco.18 Aquí se tiene efectivamente, piensa Scheler, un verdadero ejemplo del tipo de falso amor que Nietzsche creía poder encontrar erróneamente en el cristianismo de los orígenes: un amor que no es sino la máscara tras la cual se esconde un profundo resentimiento, esta vez, sin embargo, ya no contra la vida misma, sino, más bien, contra su encarnación en lo particular y concreto –la nación, la familia, la persona individual–, que se sacrifica en el altar de los ideales universales de un humanitarismo abstracto. Por cierto, el “amor al prójimo” cristiano abarca en su seno a toda la humanidad e incluso a los muertos, pero no alcanza esa totalidad por vía de una abstracción universalizante, que es precisamente lo que ocurre en los enfoques humanitaristas modernos, al estilo de Bentham y otros. En este sentido, explica Scheler, el “amor al prójimo” del cristianismo y el “amor a la humanidad” del humanitarismo moderno resultan, en rigor, inconmensurables, al punto de que parecen pertenecer a mundos completamente distintos.
3. El retorno del resentimiento
Ha transcurrido ya un siglo y medio desde que Nietzsche intentó, con su análisis del resentimiento, conmover las bases de lo que, a sus ojos, era una falsa moral, sobre la cual se había edificado la cultura europea, sumida ya entonces en una profunda decadencia. El siglo XX, del que Nietzsche mismo no llegó a ser testigo, trajo consigo atrocidades que ni siquiera él, con su pavorosa lucidez de profeta del nihilismo, pudo anticipar cabalmente. Sin embargo, su penetrante del resentimiento análisis mantuvo su poder de interpelación y, más allá de sus eventuales falencias, ha podido recuperar, siquiera de modo indirecto, un nuevo protagonismo en las últimas décadas, esto es, en un contexto histórico y sociológico completamente transformado: cuando, de la mano de eventos y procesos que dan cuenta de un aumento exponencial de los niveles de crispación social y polarización política en la actual cultura mediática o, si se prefiere, en la cultura del discurso de odio y la cancelación, el fenómeno del resentimiento volvió a situarse en un lugar destacado como objeto de reflexión.
No es posible pasar revista aquí a los diversos intentos de aproximación al resentimiento que vieron la luz en las últimas décadas. Pero no quisiera dejar de mencionar algunos que juzgo más relevantes y de señalar algunas de sus características distintivas. Me referiré, muy brevemente, a las posiciones elaboradas por Peter Sloterdijk (1947-), Martha C. Nussbaum (1947-) y Ashraf H.A. Rushdy (1961-), las cuales, más allá de sus diferencias, presentan un cierto aire de familia, al menos, en la medida en que abordan la cuestión desde una óptica que concierne a lo que puede llamarse la “política de las emociones” y ponen, además, en el centro de la atención la conexión entre el resentimiento y la ira, entendida esta última como una fuerza que debe quedar ella misma sujeta algún tipo de administración comunitaria.
En su notable ensayo titulado Ira y tiempo, Sloterdijk retoma el análisis nietzscheano del resentimiento, al cual somete, sin embargo, a severa crítica, desde el punto de vista histórico.19 La denuncia de Nietzsche contra el cristianismo se produce, explica Sloterdijk, en un momento en el cual semejante encono y vehemencia carecía ya de toda justificación, puesto que, para entonces, el cristianismo –sobre todo, en la versión protestante, pero, en buena medida, también en la católica–, lejos de dar expresión al veneno del resentimiento, se había convertido ya en una “empresa de bienestar suavemente amable y metafísicamente humanitaria”. Sin embargo, en ese mismo momento, explica Sloterdijk, ya habían aparecido nuevos focos agudos de resentimiento, que fueron atizados por un nuevo tipo de sacerdotes hasta entonces desconocido: los sacerdotes seculares del odio, que se disponían a tomar por asalto el poder y a revolucionar las relaciones sociales existentes. Así vista, la condena de Nietzsche al cristianismo aparece como extemporánea e incluso errada en su dirección fundamental. Pero, más allá de esto, Sloterdijk piensa que el análisis nietzscheano del resentimiento mantiene, en líneas fundamentales, su vigencia, allí donde se trata de dar cuenta de la dinámica interna de los movimientos de resentimiento activo que proliferaron desde el siglo XIX en adelante, incluidos también los inmensos conflictos protagonizados por “colectivos de ira” y “civilizaciones desairadas” que presenciamos en lo que va del siglo XXI.
En una vena diferente, también Nussbaum aborda la conexión entre ira y resentimiento en su ensayo de 2016 titulado de La ira y el perdón, cuyo subtítulo reza Resentimiento, generosidad, justicia.20 El enfoque de Nussbaum es de corte fundamentalmente normativo, en la medida en que apunta a elaborar una crítica que pretende poner de manifiesto el carácter intrínsecamente irracional de emociones como la ira y el resentimiento. Para ello, Nussbaum centra su crítica en lo que sería la indefendible pretensión retributiva de daño que subyacería a toda forma de ira y, en conexión con ello, en el componente esencialmente narcisista que caracterizaría tanto a la ira como al resentimiento al que suele dar expresión. Respecto del resentimiento, Nussbaum lo caracteriza, siguiendo a Peter Strawson, como un caso central dentro de las actitudes y los sentimientos de carácter puramente reactivo, que cumplen un papel importante en nuestro modo de actuar y que están vinculados de modo integral con la libertad y la responsabilidad. Con Nietzsche, Nussbaum critica la noción transaccionalmente lastrada del perdón que operaría en la tradición judeocristiana, y aboga por una depuración que elimine los residuos retribucionistas.21 Naturalmente, no se necesita estar de acuerdo con la crítica de Nussbaum a toda forma de retribucionismo, para poder apreciar el valor de sus análisis dedicados al resentimiento, sobre todo, allí donde hace foco en sus formas más habituales de generación y manifestación en el trato con personas y grupos sociales que no pertenecen a nuestro entorno más inmediato, lo que Nussbaum llama “la esfera media”. En este plano, como vía de superación del afán retributivo, Nussbaum aboga por una actitud de sobria distancia respecto de sí mismo, que caracteriza como una suerte de “estoicismo restringido”.22
Por último, en un ensayo de 2018 titulado Tras la injuria. Una anatomía histórica del perdón, el resentimiento y la disculpa, Rushdy dedica una sección entera, que consta de tres capítulos, a una discusión del resentimiento, en la cual establece un contraste entre dos concepciones polarmente opuestas, a saber: una, defendida por algunos destacados moralistas británicos del siglo XVIII (vgr. Joseph Butler y Adam Smith), que ve en el resentimiento, sobre todo, una respuesta emocional beneficiosa frente a la injusticia; y otra, presente en diversos autores de fines del siglo XIX y comienzos del XX (vgr. Dostoievsky, Kierkegaard, Nietzsche y Scheler), que enfatiza, en cambio, su carácter destructivo y que suele atribuirlo como actitud colectiva a diversos grupos humanos que se encuentran en situación desventajosa.23 De ambas fuentes abreva, argumenta Rushdy, el actual resurgimiento del resentimiento, bajo la figura de lo que Nussbaum denomina una “emoción política”,24 sobre todo, en el debate acerca de los modos adecuados de tratar con los crímenes colectivos del pasado.
4. A modo de conclusión
Como espero que pueda advertirse a partir de esta modesta y parcial revisión del debate en torno al resentimiento, hay algo en este peculiar fenómeno emocional que parece ponernos frente a los enigmas más inquietantes de la motivación humana. Ciertamente, en el resentimiento se anuncia una dimensión abismal de nuestro yo más íntimo, de la que, en último término, no podemos más que avergonzarnos.
Pero, si, como muestran recurrentemente los más variados análisis, es verdad que hay un lazo secreto que vincula al resentimiento con la conciencia, siquiera oblicua, de nuestras propias miserias, entonces puede decirse que eso mismo que lo hace tan innoble y tan vergonzoso es también, paradójicamente, lo que abre la posibilidad de su genuina superación. Pues esta última no puede alcanzarse jamás por la vía de dar satisfacción al deseo de venganza que el propio resentimiento incita, sino sólo a través del arduo, pero reconfortante camino de una sincera autocrítica.
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Una primera versión de este escrito, mucho más breve, se publicó a modo de columna en El Mercurio (Santiago de Chile), suplemento Artes y Letras, E 7, el 17 de septiembre de 2023.
Para el origen del término y la evolución de su empleo en la lengua literaria francesa, véase P. Probst, “Ressentiment”, en J. Ritter – K. Gründer (eds.), Historisches Wörterbuch der Philosophie, vol. 8, Darmstadt 1992, col. 920-922. De aquí obtuve las referencias a los autores franceses citados en el texto.
Véase Jean-Baptiste Poquelin (Molière), Le malade imaginaire (1673), Acto III, Escena XIV.
Véase Jean-Baptiste Poquelin (Molière), Dom Juan (1665), Acto III, Escena V.
Véase Probst, op. cit., col. 921.
Véase, en particular, el ensayo titulado “Couardise mere de la cruauté”, en M. de Montaigne, Essais, vol. II (1580), cap. 27.
Nietzsche, Unzeitgemäβe Betrachtungen, III: Schopenhauer als Erzieher (1874), en: Werke I, ed. K. Schlechta, Darmstadt 1997, p. 287-365, esp. p. 296 s.
Véase E. K. Dühring, Der Werth des Lebens. Eine philosophische Betrachtung, Breslau 1865. Véase, por ejemplo, VIII, p. 70, 77, 174, 219, 222, 232.
Véase F. Nietzsche, Zur Genealogie der Moral (1887), en: Werke II, ed. K. Schlechta, Darmstadt 1997, p. 761-900, esp. p. 865. Para la crítica a Dühring, véase también p. 814 ss.
Véase F. Nietzsche, Zur Genealogie der Moral, op. cit., p. 780 ss.
Véase F. Nietzsche, Also sprach Zarathustra, III (1884), Werke II, ed. K. Schlechta, Darmstadt 1997, p. 403-476, esp. p. 457 nº 23.
Véase F. Nietzsche, Zur Genealogie der Moral, op. cit., p. 858 s.
Véase E. Voigtländer, Vom Selbstgefühl, Leipzig 1910. Para una buena presentación de conjunto, que sigo aquí en líneas generales, véase Í. Vendrell Ferran, “Else Voigtländer”, en Th. Szanto – H. Landweer (eds.), The Routledge Handbook of Phenomenology of Emotion, London – New York 2020, p. 96-103.
Para el desarrollo del tema del resentimiento en la fenomenología muniquesa, con especial atención al papel de Voigtländer como antecesora de M. Scheler y A. Reinach, véase ahora Í. Vendrell Ferran, “Ressentiment and Self-deception in Early Phenomenology: Voigtländer, Scheler, and Reinach”, en Í. Vendrell Ferran (ed.), Else Voigtländer: Self, Emotion, and Sociality, Cham 2023, p. 103-121.
Para las principales diferencias con Voigtländer en el análisis del resentimiento desde el punto de vista propiamente psicológico, véase Í. Vendrell Ferran, “Else Voigtländer”, op. cit., p. 101 s.
Véase M. Scheler, Das Ressentiment im Aufbau der Moralen (1912), en Gesammelte Werke III: Vom Umsturz der Werte. Abhandlungen und Aufsätze, ed. Ma. Scheler, Bern 1955, p. 33-147.
Para el contraste entre las posiciones de Nietzsche y Scheler, véase F. S. Festa, Das Ressentiment. Da Nietzsche a Scheler: quale edificazione della morale?, Roma 2013.
Véase M. Scheler, Das Ressentiment im Aufbau der Moralen, op. cit., IV: “Ressentiment und moderne Menschenliebe”.
Véase P. Sloterdijk, Zorn und Zeit. Politisch-psychologischer Versuch, Frankfurt a. M. 2006, esp. “Einleitung”.
Véase M. C. Nussbaum, Anger and Forgiveness. Resentment, Generosity, Justice, Oxford 2016.
Véase M. C. Nussbaum, Anger and Forgiveness, op. cit, chap. III.
Véase M. C. Nussbaum, Anger and Forgiveness, op. cit, chap. V.
Véase A. H. A. Rushdy, After Injury. A Historical Anatomy of Forgiveness, Resentment, and Apology, Oxford 2018, esp. section II.
Véase M. C. Nussbaum, Political Emotions. Why Love Matters for Justice, Cambridge (Mass.) – London 2013.
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